"El Surfista del Tiempo"

INFORMACION25/07/2025
Cuento 01_1

Lucas siempre había sido un planificador. A los veinte, creía que a los treinta tendría la vida resuelta: un buen trabajo, una familia, una casa cerca del río. Pero los años pasaron, y a los treinta y cinco, seguía sin certezas. Una tarde, mientras caminaba por el parque, se encontró con un anciano sentado en un banco, tallando un trozo de madera con calma infinita.
—¿Qué está haciendo? —preguntó Lucas, curioso.
—Navegando —respondió el viejo sin levantar la vista.
Lucas arqueó una ceja. El hombre sonrió y continuó:
—El tiempo es como el mar. Si te quedás quieto, te hundís. Si tratás de controlar las olas, te agotás. Pero si aprendés a surfearlas, aunque no elijas su rumbo, al menos disfrutás del viaje.
Esa noche, Lucas no pudo dormir. Las palabras del anciano resonaban en su cabeza. Al día siguiente, decidió probar algo distinto: en vez de angustiarse por ese ascenso que nunca llegaba, se enfocó en el proyecto que siempre le había apasionado, aunque no diera dinero. En vez de obsesionarse con encontrar "al amor de su vida", disfrutó de una charla sincera con un desconocido en un café.
Meses después, mientras reía con amigos en esa misma plaza, vio al anciano otra vez. Esta vez, tallaba un pequeño barco.
—¿Y? ¿Aprendiste a surfear? —le preguntó el hombre, como si ya supiera la respuesta.
Lucas sonrió.
—Aprendí que no hay que esperar a tenerlo todo claro para vivir.
El viejo asintió y le extendió el barquito de madera.
—Llévatelo. Recordá: las posesiones están para servirte, no al revés. Y lo que hagas hoy, aunque no lo veas ahora, te prepara para lo que sigue.
Con los años, Lucas olvidó muchas cosas: el nombre del anciano, el banco exacto donde se sentaron, incluso dónde había guardado el barquito. Pero nunca olvidó la lección: la vida no era un mapa por seguir, sino un océano por navegar. Y en ese viaje impredecible, lo único que realmente importaba era hacer lo mejor posible, sin cargar rencores, sin aferrarse a lo que ya no estaba.
Porque, al final, el tiempo era tanto el enemigo como el compañero. Y la felicidad, como el viento, solo llegaba cuando uno dejaba de forcejear para sentirla.

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